Cada vez que hay inflación, alguien dice “esto ya lo vivimos”. Cada vez que el dólar se dispara, alguien comparte un meme del 2001. Cada vez que se discute el rol del Estado, resucitan las mismas frases: “vivan con lo nuestro”, “la Argentina potencia”, “el ajuste es inevitable”. Da la sensación de que vivimos en loop. Pero ¿qué pasa si no estamos repitiendo historia, sino contándola siempre igual?
La narrativa dominante convierte los ciclos políticos en series mal guionadas, donde los personajes cambian pero las tramas se reciclan. El pasado no se usa para aprender, sino para empantanar el presente. Y el futuro se vuelve una promesa vacía, suspendida en un eterno déjà vu.
Desde La Reacción, proponemos salir del loop narrativo. No porque la historia no importe, sino porque importa demasiado como para dejarla en manos del algoritmo del sentido común. Necesitamos una reacción contra el modo automático en que contamos lo que nos pasa. Porque quizás la verdadera trampa argentina no sea el fracaso, sino la forma en que lo narramos.
En la Argentina, las palabras no envejecen: se fosilizan. Frases como “populismo”, “neoliberalismo”, “ajuste”, “redistribución” o “shock” sobreviven a gobiernos, crisis, ministros y generaciones. Pero su supervivencia no es sinónimo de profundidad. En realidad, funcionan como atajos discursivos que evitan pensar de nuevo lo que ya creemos sabido.
Cada nuevo conflicto político-económico se traduce automáticamente al lenguaje de batallas pasadas. Si hay inflación, volvemos al Rodrigazo. Si hay deuda, al FMI del ‘83. Si hay movilización, al 2001. Si hay represión, al 1976. La historia se convierte en banco de datos, pero sin análisis. Lo que se repite no es el hecho: es la narrativa.
Este reciclaje narrativo tiene una función política: fija posiciones. Impide que las fuerzas sociales se piensen fuera del guion que ya conocen. Los liberales se presentan como víctimas del estatismo crónico; los progresistas como únicos defensores de la justicia social. En ambos casos, la historia es un espejo, no una herramienta. No se la revisa: se la usa.
Desde La Reacción, proponemos algo incómodo pero necesario: dejar de repetirnos. Hacerle una autocrítica a nuestra forma de contar lo que pasa. Porque si usamos los mismos marcos una y otra vez, quizás no estemos viendo la historia repetirse, sino editándola mal.
Vivimos en una época donde los recuerdos no se activan: se disparan. Cada crisis trae consigo una ráfaga de archivos. Las redes sociales reproducen fragmentos de noticieros, tapas de diarios, tuits viejos, slogans históricos. Todo parece conectado, todo parece previsible. Pero esa familiaridad no produce entendimiento, sino parálisis. Un eterno “ya lo vimos” que impide pensar lo nuevo.
Los medios tradicionales también operan con plantillas. Titulares como “otra vez la inflación” o “el eterno retorno del dólar” no informan: refuerzan el loop. Se presentan como alertas, pero son resignaciones disfrazadas. El pasado no se analiza: se recicla. Y el presente queda atrapado en un relato que ya fue contado mil veces, pero nunca comprendido.
El algoritmo colabora. Nos muestra lo que ya dijimos, lo que ya compartimos, lo que ya indignó a nuestra burbuja. Las redes no son solo un espejo: son una sala de espejos. Cada reflexión rebota, se simplifica, se memifica. Lo que era análisis se convierte en consigna. Lo que era complejidad, en una imagen con tipografía gruesa.
Frente a eso, desde La Reacción proponemos romper el reflejo. Interrumpir el scroll. Cortar la repetición. No para negar el pasado, sino para dejar de usarlo como única herramienta. Porque si todo lo que pasa “ya pasó”, entonces nada se transforma. Y si nada se transforma, la historia se convierte en cárcel.
Si la historia argentina parece repetirse es, en parte, porque siempre se cuenta desde los mismos lugares. Desde las grandes capitales, desde los escritorios de editorialistas, desde las voces consagradas. El loop no es solo cronológico: es geográfico, es simbólico, es de clase.
¿Dónde están en ese relato las historias del norte profundo, de los barrios sin asfalto, de las economías populares, de los nuevos feminismos, de las juventudes migrantes, de las luchas ambientales? ¿Dónde están las voces que no llegaron a la TV, pero sí construyen futuro todos los días?
Romper el loop no es cambiar de guionista: es abrir el guion. Permitir que otras narrativas entren a disputar el sentido común. Que lo emergente tenga lugar sin ser domesticado. Que lo incómodo no sea barrido por la corrección editorial. Que la historia no sea un archivo, sino un campo abierto a nuevas versiones.
Romper con la repetición no significa negar la historia. Al contrario: implica mirarla de frente, sin fórmulas heredadas, sin nostalgia paralizante, sin cinismo editorial. Implica animarse a contar de nuevo, desde otros ángulos, con otras voces, con otras preguntas. No para borrar lo que pasó, sino para entender por qué no cambia lo que sigue pasando.
El periodismo tiene un rol clave en esta tarea. Puede ser amplificador de la inercia o motor de nuevas interpretaciones. Puede reciclar discursos o abrir sentidos. Puede resignarse a titular “otra vez la crisis” o preguntarse por qué siempre volvemos al mismo punto. Esa diferencia —sutil, incómoda, potente— es la que define si un medio acompaña la historia o la desafía.
Desde La Reacción, elegimos desafiar. Sabemos que escribir desde el margen, pensar desde lo no dicho, nombrar lo que incomoda, es más difícil. Pero también es más urgente. Porque si no cambiamos el relato, nada cambia. Y porque cada vez que repetimos sin pensar, perdemos una oportunidad de comprender.
Esta es nuestra reacción: interrumpir el loop, escribir en presente, narrar para transformar.