Jun 13
Observatorio
por
Pablo González

EL ALFABETO COMO ARMA DE LOS PUEBLOS LIBRES

Un libro de lomo ajado, un junco— “podría pasar desapercibido entre tantos volúmenes testigos del fuego, la censura y la intemperie. Pero hay libros que llegan cuando el pueblo empieza a recordar cuándo se cansó del silencio.”

Irene Vallejo no escribe una historia de libros: escribe una historia del poder que los libros representan. Porque cada vez que un imperio quema una biblioteca, hay un general que ordenó hacerlo, pero también hay un copista que resistió en una cueva, un maestro que siguió enseñando en voz baja, y un preso que escribió con sangre, la palabra libertad, en una pared.

La autora nos cuenta, como quien no quiere la cosa, que Alejandro Magno fundó bibliotecas al paso de su conquista. Que los papiros del Nilo llevaban en su entraña la memoria de los hombres. Que la invención del alfabeto fue la más poderosa tecnología que los pueblos sin ejército hayan podido esgrimir jamás. Y entonces…uno piensa en la Argentina. En los chicos de los barrios populares que aprenden a leer en una escuela sin gas. En docentes rurales que caminan kilómetros para enseñar la a y la o. En el gran Osvaldo Bayer, exiliado, sosteniendo en su voz la palabra justa contra la injusticia y la opresión.

Si el alfabeto fue el junco donde se apoyaron los débiles para resistir al poder, entonces entenderlo no tiene que ser un acto de erudición, sino una forma de militancia. Cada sílaba escrita, cada cuaderno compartido, debería ser entendida como una trinchera.

Leímos este libro en voz alta, en ronda, en la misma biblioteca que lleva el nombre del último anarquista argentino. Un libro leído, no es lo mismo que un libro vendido…no. Porque el mercado puede editar Mein Kampf diez millones de veces, pero eso no impide que una madre en La Matanza lea a Vallejo en el 160, mientras va al hospital con su hija en brazos.

En Argentina, los libros también han sido instrumentos de guerra. Quien lo dude, que revise los secuestros de libros escolares durante la dictadura. Que lea el Nunca Más. Que lea la carta abierta a la junta militar de Rodolfo Walsh. Porque sabían —los mismos que torturaban, que desaparecían, que hablaban de "enemigos internos"— que la palabra escrita tenía la potencia de una bomba. Y más aún: de una semilla.

Irene Vallejo cita a Françoise Frenkel, la librera que defendió con uñas y dientes sus estantes en Berlín antes de huir. Nosotros también tenemos nuestras Françoises. Están en cada barrio, donde la palabra todavía se presta, se comparte, se lee en grupo. La Biblioteca Osvaldo Bayer, por ejemplo, no es un templo: es una trinchera.

En definitiva, El infinito en un junco es un recordatorio: la escritura no nació para el lujo, sino para la defensa. Y si alguna vez en esta patria volvemos a escribir la historia —la verdadera—, será con el alfabeto que los pueblos supieron conservar entre golpes de Estado, exilios y decretos de hambre.

Porque un pueblo alfabetizado no se rinde. Y cuando el junco se rompe, florece otra vez en cada esquina donde alguien se atreve a leer. No podemos dejar de pensar en los niños que aprenden a escribir sus nombres entre escombros, en las maestras que enseñan el abecedario bajo bombardeos, en las bibliotecas improvisadas en campos de refugiados, donde una hoja suelta puede valer más que una bandera. Porque ahí también, como acá, el alfabeto es trinchera, refugio y promesa. Porque un pueblo que escribe su historia, aunque sea en muros derruidos, aunque sea con carbón en las piedras, nunca será vencido del todo.

Un pueblo alfabetizado no se entrega. Y cuando la caña se quiebra, vuelve a brotar en cada esquina donde alguien se atreve a leer en voz alta. En muchos barrios de Tucumán, hay niños que aprenden a escribir sus nombres en papel de caña reciclada. Hay maestras que enseñan bajo techos rotos. Hay bibliotecas improvisadas en clubes, en comedores, en plazas. Y ahí también, como siempre, leer sigue siendo un acto de soberanía.

Si el alfabeto fue la primera herramienta de los pueblos sin ejército, La Reacción es nuestra forma de empuñar hoy. Porque frente al blindaje mediático, a la banalidad de los discursos reciclados, a la urgencia sin criterio, elegimos algo distinto: leer como quien se prepara para actuar.

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