Oct 8
Cultura
por
La Reacción

ARTE Y RESISTENCIA: CUANDO LA EXPRESIÓN ENFRENTA AL PODER

En tiempos de propaganda disfrazada de contenido y de entretenimiento al servicio del algoritmo, el arte que incomoda es un riesgo. No vende. No calma. No pasa desapercibido. Pero justamente por eso importa. Porque donde el poder busca orden, el arte aparece como interrupción.

Históricamente, el arte ha sido mucho más que estética: fue denuncia, fue refugio, fue bandera. De las canciones de protesta a los murales clandestinos. De las novelas que burlaban la censura a los cuerpos disidentes en escena. El arte siempre encontró formas de decir lo que no se podía decir. Y de mostrar lo que muchos no querían ver.

Hoy, cuando la cultura se organiza cada vez más en términos de mercado, la resistencia también se vuelve estética. Y en esa tensión entre expresión y domesticación, surge una pregunta urgente: ¿qué puede el arte cuando todo parece estar dicho? Desde La Reacción, creemos que puede lo más importante: reaccionar.

El arte como interrupción: una historia de rebeldías

El arte siempre incomodó antes de adornar. Mucho antes de que fuera mercancía o selfie, fue piedra en el zapato del poder. Porque ahí donde las leyes o los medios no podían llegar, llegaba la metáfora. Donde la represión silenciaba, hablaba el símbolo. Donde el miedo paralizaba, actuaba la imagen, el sonido, el cuerpo.

Durante las dictaduras latinoamericanas, por ejemplo, el arte fue trinchera. Desde el teatro abierto en Argentina hasta las canciones censuradas en Chile o Brasil, la expresión cultural mantuvo viva una memoria y una esperanza que el régimen quería borrar. Decir era peligroso, pero cantar, pintar, actuar… era posible. Y por eso, necesario.

Pero no hace falta ir al pasado. También hoy, en los márgenes de la cultura mainstream, hay escenas enteras que sostienen la crítica y la memoria. Murales que denuncian feminicidios. Performances que visibilizan el hambre. Fanzines que documentan luchas. Rap que nombra lo que el noticiero calla. Arte que no embellece el desastre, sino que lo grita.

Incluso el humor —esa forma de arte tantas veces subestimada— se convierte en resistencia. Porque reírse del poder no es un gesto liviano: es disputar su aura. Es desarmar su relato. Es decir “te veo” cuando el poder cree estar camuflado.

Desde La Reacción, entendemos que cada obra que incomoda es una forma de pensamiento. Una chispa en medio del apagón. Un espejo que devuelve preguntas en lugar de respuestas. Porque si el arte no incomoda, si no interpela, si no reacciona... entonces solo adorna el vacío.

Cuando la rebeldía se vuelve producto: arte domesticado por el mercado

El sistema tiene una habilidad extraordinaria: convertir lo que lo critica en mercancía. No destruye la rebeldía, la vende. La empaqueta, la suaviza, la convierte en tendencia. Lo que ayer era subversivo, hoy es un filtro de Instagram. Lo que incomodaba, ahora es parte de una playlist. Lo que se gritaba en la calle, ahora se imprime en remeras con diseño.

Esto no significa que todo arte popularizado pierda su fuerza. Pero sí que el mercado tiene una lógica: necesita que el mensaje no moleste demasiado. Que se pueda consumir sin pensar. Que emocione, pero no cuestione. Que se vea bien, aunque no diga nada. Y esa lógica, aplicada al arte, lo vuelve inocuo.

Los festivales masivos, las plataformas de streaming, las galerías “curadas”: muchas veces actúan como filtros. Deciden qué se muestra y cómo. Qué se financia y qué no. Qué se premia y qué se esconde. Así, el arte crítico corre el riesgo de ser reemplazado por su simulacro: el arte que parece valiente, pero solo repite gestos vacíos.

Sin embargo, en ese mismo mercado aparecen grietas. Artistas que negocian con cuidado, que usan la visibilidad para incomodar, que cuelan verdad entre tanto decorado. Proyectos autogestivos que eligen perder alcance antes que perder sentido. Comunidades que sostienen espacios donde la creatividad no está en venta.

Desde La Reacción, celebramos esas grietas. Porque en un mundo donde todo parece tener precio, que el arte diga “no” sigue siendo una afirmación política. Y donde el mercado quiere entretenimiento, el arte puede ofrecer pensamiento. Puede romper el guión. Puede, otra vez, reaccionar.

Autogestión, redes y comunidad: sostener el arte que incomoda

Frente a un mercado que todo lo quiere neutralizar, muchos artistas optan por otro camino: el de la autogestión. No hay grandes sponsors, pero sí hay red. No hay curaduría institucional, pero sí hay criterio. No hay algoritmos a favor, pero sí hay comunidad. Y con eso, basta.

En barrios populares, en centros culturales independientes, en talleres autoconvocados, se sostiene un tipo de arte que no busca agradar, sino expresar. No persigue el trending topic, sino la palabra justa. No se mide en likes, sino en conexiones reales. Son escenas pequeñas, sí. Pero cargadas de potencia política.

También en lo digital aparecen nuevas formas. Podcasts que escapan a la lógica del algoritmo. Cuentas anónimas que poetizan el descontento. Plataformas cooperativas donde se aloja arte incómodo. Proyectos colaborativos donde el valor no está en el “me gusta”, sino en la resonancia.

Lo común entre todas estas experiencias es que no piden permiso. Que no responden a una demanda. Que no temen ser “demasiado” algo: demasiado político, demasiado triste, demasiado sucio, demasiado libre. Que no editan su voz para entrar en una grilla. Que no compiten por el aplauso, sino que apuestan por el sentido.

Desde La Reacción, creemos que esas expresiones no son marginales: son fundamentales. Porque en un tiempo donde todo se traduce a dato, a click, a tendencia, que alguien pinte un muro, lea un poema, grite una verdad... es, todavía, una forma de insubordinación.

Y en esa insubordinación, el arte se vuelve reacción.

El arte no explica: interrumpe

En tiempos de sobreinformación, el arte no compite por claridad: apuesta por la fisura. No responde preguntas: abre otras nuevas. No se alinea: se desvía. Porque su rol no es decorar el mundo, sino desacomodarlo. Y eso, en una época que exige rapidez y conformidad, es profundamente subversivo.

El arte incómodo, el arte que molesta, el que duele, el que no se deja explicar... es el que sobrevive. Porque no se vende, se ofrece. Porque no adorna, señala. Porque no reproduce, inventa. Y en ese gesto, se convierte en una forma de disidencia. En un lenguaje político. En una reacción.

Desde La Reacción, no vamos a elogiar el arte por su belleza ni por su técnica. Lo vamos a defender por su capacidad de decir lo que otros callan. De pensar lo impensado. De nombrar lo que incomoda. De abrir una grieta en el sentido común. Y por eso, más que nunca, lo celebramos.

Porque cuando todo se convierte en contenido, el arte puede ser contexto. Cuando todo busca clics, el arte puede buscar sentido. Y cuando el poder quiere silencio, el arte puede hablar.

Hablar fuerte. Hablar raro. Hablar claro.

Hablar como quien no pide permiso para reaccionar.

lo que sigue