Nov 5
Política
por
La Reacción

DEMOCRACIA EN PAUSA: CUANDO VOTAR NO ALCANZA

Cada dos años votamos. Elegimos representantes, armamos filas, llenamos urnas. Y cuando termina el conteo, nos dicen que la democracia funcionó. Pero, ¿y entre elección y elección? ¿Qué pasa con la voz ciudadana cuando no hay campaña? ¿Dónde queda la política cuando el voto ya fue contado?

En Argentina —y en gran parte del mundo— la democracia se ha vuelto un ritual formal. Un trámite que garantiza legitimidad institucional, pero no participación real. Un mecanismo que cumple con la regla, pero olvida el sentido. Y cuando eso pasa, la democracia entra en pausa. Se vuelve pasiva. Se transforma en una forma vacía que ya no entusiasma.

Desde La Reacción, creemos que la democracia no se reduce al voto. Que necesita cuerpos, ideas, discusiones. Que sin participación cotidiana, se vuelve decorado. Y que recuperar su potencia pasa por ensancharla, no por deslegitimarla. Porque lo que está en crisis no es la idea de democracia, sino su versión minimalista. Y contra esa versión empobrecida, proponemos una reacción.

De sujetos a espectadores: cómo se achicó la democracia

La democracia que hoy conocemos no fue siempre así. Nació como una promesa de participación: el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo. Pero con el tiempo, esa promesa se convirtió en un esquema mínimo: votar cada tanto y delegar el resto.

La consolidación de los sistemas representativos vino acompañada de una despolitización planificada. La política se profesionalizó, se alejó, se volvió lenguaje de especialistas. Y la ciudadanía, en lugar de ser sujeto, se volvió espectadora. Opinamos, sí. Comentamos en redes. Aplaudimos o puteamos. Pero rara vez decidimos algo más que el nombre del próximo candidato.

Este achicamiento no fue inocente. Sirvió para estabilizar sistemas desiguales sin tener que discutirlos. Para gestionar la indignación con mecanismos controlados. Para evitar la participación popular directa, que siempre es imprevisible. Porque una ciudadanía activa molesta. Pregunta. Desordena. Rompe pactos tácitos. Y eso incomoda al poder.

Hoy, en muchos países, la democracia está formalmente intacta pero afectivamente vacía. La gente vota sin creer. Participa sin esperanza. Milita con frustración. Y ese desencanto es terreno fértil para los discursos autoritarios, que prometen “orden” a cambio de silencio.

Desde La Reacción, no proponemos abandonar la democracia. Proponemos ampliarla. Recuperar su espesor. Volver a pensarla como una práctica cotidiana y no como un trámite bianual. Porque lo que está en pausa no es el sistema: es nuestra potencia política. Y reactivarla requiere, antes que nada, una reacción.

Democracia expandida: pensar lo común más allá del voto

La democracia no tiene por qué limitarse a elegir representantes. Existen formas más amplias, más intensas, más comprometidas de participación. Experiencias donde la política no es un espectáculo que se mira desde la tribuna, sino un territorio que se habita y se transforma.

En algunas ciudades, hay presupuestos participativos donde los vecinos deciden en qué invertir. En cooperativas, las decisiones se toman en asambleas. En movimientos sociales, las estrategias se discuten en ronda, no en vertical. En comunidades indígenas, el consenso se busca desde la palabra compartida. Son formas distintas de democracia: más lentas, más incómodas, pero también más reales.

Estas experiencias tienen algo en común: ponen en juego el conflicto. No lo esconden. No lo tercerizan. Lo gestionan desde la participación directa. Porque saben que la democracia no es la ausencia de tensión, sino la capacidad de tramitarla sin violencia. Y eso requiere tiempo, presencia, escucha.

En la Argentina, también existen estos ensayos. Desde fábricas recuperadas hasta centros de estudiantes, desde redes de cuidado mutuo hasta medios comunitarios. Todos esos espacios hacen política sin pedir permiso. Ejercen ciudadanía sin esperar elecciones. Demuestran que la democracia no se agota en las urnas, sino que se construye todos los días.

Desde La Reacción, queremos amplificar esas voces. No porque tengan todas las respuestas, sino porque se animan a hacer preguntas. Y porque en un contexto donde todo se vota pero nada se discute, cada forma de participación real es una forma de reacción.

La trastienda del voto: los poderes que no se eligen

Uno de los grandes malentendidos contemporáneos es creer que democracia significa “lo que decide la mayoría”. Pero muchas decisiones clave no pasan por las urnas. No elegimos jueces, ni CEOs, ni directores de medios, ni presidentes del FMI. Y sin embargo, esos actores condicionan profundamente nuestras vidas. Deciden sobre tarifas, sobre derechos, sobre deuda, sobre agenda pública. ¿Dónde queda ahí la soberanía?

La democracia formal —esa que se celebra cada dos años— convive con una arquitectura de poder que no se somete al voto. Y en esa zona gris, los intereses económicos, mediáticos y judiciales operan con enorme eficacia. Se autoproclaman “neutrales”, pero inclinan la cancha. Se presentan como técnicos, pero hacen política. Y su influencia no se limita al “lobby”: escriben leyes, arman causas, editan realidades.

Este fenómeno no es nuevo, pero se ha intensificado. Con la globalización financiera, los márgenes de decisión de los gobiernos se achicaron. Con la concentración mediática, el debate público se volvió monocorde. Con el lawfare, la justicia se volvió un arma política. Y así, el sistema democrático pierde densidad. Mantiene la forma, pero vacía el contenido.

Frente a esto, algunos proponen la salida autoritaria. Otros, la resignación cínica. Desde La Reacción, proponemos otra cosa: una democratización radical. Que no se conforme con elegir representantes, sino que exija transparencia, participación y control sobre los poderes reales. Porque si no podemos discutir lo que de verdad nos afecta, entonces el voto se vuelve una ficción. Y desenmascarar esa ficción es el primer acto de reacción.

Democracia viva: entre el desencanto y la reconstrucción

La democracia no está muerta, pero tampoco goza de buena salud. Está en disputa. En pausa. Rodeada de promesas rotas y de cinismos funcionales. Pero su crisis no debe empujarnos a la nostalgia ni al autoritarismo, sino al pensamiento. A la acción. A la responsabilidad de imaginarla otra vez.

Porque la democracia no es una herencia. Es una tarea. No es una institución, sino una práctica. No se limita a un calendario, sino que se juega todos los días en lo que decimos, en lo que exigimos, en lo que organizamos. Y si no la cuidamos, si no la ampliamos, si no la interrumpimos cuando se vacía, entonces pierde sentido.

No alcanza con votar. Hay que debatir. Hay que decidir. Hay que molestar. Hay que estar. No para destruir lo construido, sino para completarlo. Para ensanchar los márgenes. Para que la promesa democrática no sea un decorado, sino un compromiso vivo.

Desde La Reacción, elegimos no rendirnos. No al sistema, sino al cansancio. Porque sabemos que cada gesto de participación, por mínimo que parezca, es un acto político. Y que toda palabra que se niega a aceptar el silencio como norma, ya está reconstruyendo. Ya está reaccionando.

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