Sep 17
Cultura
por
La Reacción

INDUSTRIA CULTURAL: ¿CREATIVIDAD O REPETICIÓN?

Cada vez que abrimos una plataforma de streaming, un algoritmo nos sugiere algo “hecho para nosotros”. Cada vez que escuchamos un hit, ya lo hemos escuchado antes. Cada serie tiene una estructura que reconocemos. Cada película parece un remix. Lo nuevo nos suena familiar. Lo disruptivo, cada vez más raro.

Vivimos rodeados de contenido, pero no necesariamente de creatividad. Porque la industria cultural, esa maquinaria inmensa que produce música, series, libros, películas y más, no siempre premia lo distinto. Muchas veces premia lo rentable. Y lo rentable, casi siempre, es lo repetido.

¿Dónde quedó la creatividad en un sistema que estandariza todo lo que toca? ¿Qué lugar tiene la innovación cuando el éxito se mide por la imitación? ¿Qué sentido tiene hablar de “cultura” si lo que circula son fórmulas de producción?

Desde La Reacción, no nos resignamos a consumir más de lo mismo. Queremos preguntar, interrumpir, desenmascarar. Y por supuesto, reaccionar.

Del fordismo al algoritmo: la cultura como cadena de montaje

La expresión “industria cultural” no es nueva. Fue acuñada por pensadores como Theodor Adorno y Max Horkheimer a mediados del siglo XX para describir cómo la producción cultural había adoptado la lógica del capitalismo industrial: estandarización, repetición, consumo masivo. Cine, radio, música: todo seguía moldes, formatos, patrones. La creatividad no era el fin, sino el insumo.

La crítica era clara: la cultura ya no era un espacio de pensamiento crítico o de ruptura, sino una máquina de entretenimiento que adormecía. Se producía para distraer, para llenar, para consumir sin esfuerzo. Lo que importaba no era lo que decía una obra, sino cuántos la veían.

Esa lógica no desapareció. Al contrario: con el auge de las plataformas digitales, se refinó. Hoy el algoritmo sabe qué queremos antes de que lo queramos. Nos recomienda, nos acomoda, nos anticipa. Y así, la novedad se vuelve repetición. Las canciones tienen estructuras idénticas. Las series usan los mismos giros. Los personajes se repiten en distintas versiones.

La cultura, en manos del mercado, se convierte en “contenido”. Algo que ocupa espacio. Que se consume rápido. Que se olvida pronto. Y en ese proceso, la creatividad —ese gesto de desvío, de ruptura, de búsqueda— queda arrinconada.

Desde La Reacción, no romantizamos el arte por el arte. Pero tampoco creemos que todo valga lo mismo. Porque si lo único que cuenta es lo que rinde, lo que no se entiende, lo que incomoda, lo que tarda… desaparece. Y con ello, desaparece la posibilidad de pensar distinto. De crear algo nuevo. De reaccionar.

Lo que funciona se repite: rentabilidad como algoritmo cultural

Las grandes corporaciones del entretenimiento entendieron hace tiempo que lo desconocido es un riesgo. Y el riesgo no es buen negocio. Por eso, cada año vemos más remakes, más secuelas, más universos expandidos. Más de lo mismo, pero con otra cara. Porque si ya funcionó una vez, ¿por qué no dos, tres, diez veces?

Esta lógica afecta todos los lenguajes. En el cine, las majors producen franquicias eternas. En la música, se repiten estructuras melódicas y líricas. En la literatura, se busca “lo vendible” antes que lo necesario. Y en las redes, el contenido viral impone su forma: rápido, emocional, fácil de digerir.

El algoritmo no solo recomienda: entrena. Nos enseña a querer lo que ya vimos. A pensar que lo familiar es bueno. A sospechar de lo raro. A aburrirnos de lo complejo. Y así, la cultura pierde su capacidad crítica. Se vuelve espejo, no ventana.

Esto no es casual. Los dueños de la industria cultural son, muchas veces, los mismos que concentran otros poderes: económico, político, mediático. Controlan lo que vemos, lo que oímos, lo que leemos. Y por ende, condicionan cómo pensamos. No lo hacen a través de censura directa, sino de saturación. No prohíben lo distinto: lo hacen desaparecer entre lo igual.

Desde La Reacción, no vamos a aceptar que el éxito justifique la repetición. Ni que el entretenimiento sea excusa para la vaciedad. Porque si la cultura es solo mercado, dejamos de ser ciudadanos para convertirnos en clientes. Y ante eso, el primer acto de libertad es decir no. O mejor aún: reaccionar.

Cultura sin molde: grietas en el cemento de la repetición

A pesar del dominio de la industria, no todo está perdido. En los márgenes del sistema, crecen expresiones que rehúyen al molde. Que no responden al algoritmo. Que no buscan complacer, sino decir. Que no repiten, inventan. Y en esa invención, abren espacio para lo otro.

Desde editoriales independientes que apuestan por voces nuevas, hasta colectivos artísticos que intervienen el espacio público. Desde proyectos audiovisuales autogestionados hasta propuestas experimentales en redes que esquivan las lógicas de viralización. Ahí respira otra cultura: más lenta, más densa, más incómoda. Y por eso, más política.

Estas experiencias no suelen tener millones de vistas. No suelen ser trending topic. Pero eso no las hace menos potentes. Porque en un sistema que premia la repetición, cada gesto que se sale del libreto es un acto de resistencia. No por heroico, sino por honesto.

También hay artistas que, aún dentro del circuito comercial, eligen torcer la fórmula. Cuestionar desde adentro. Colar sentidos donde no se esperan. Usar la plataforma, pero no ser usados. Son excepciones, sí. Pero necesarias. Porque muestran que es posible crear sin ser domesticado.

Desde La Reacción, queremos amplificar esas excepciones. No para que se vuelvan regla, sino para que no desaparezcan. Porque si la cultura se convierte solo en reflejo del mercado, entonces no es cultura: es simulacro. Y frente al simulacro, la mejor reacción es la creación.

Crear es romper: la política de imaginar distinto

La creatividad no es solo una capacidad estética: es una potencia política. Crear es decir “esto no alcanza”. Es rechazar la repetición como destino. Es romper la fórmula y apostar por lo incierto. Y eso, en un mundo que adora la previsibilidad, es un acto profundamente disruptivo.

Cuando todo se repite, crear es resistir. Cuando todo se parece, imaginar es subvertir. Cuando todo busca agradar, incomodar es necesario. Porque ahí donde el mercado quiere molde, la cultura puede ser chispa. Y ahí donde el algoritmo dicta lo que debemos ver, el gesto de desviar la mirada es revolucionario.

Desde La Reacción, no queremos más productos culturales que solo entretengan. Queremos expresiones que interrumpan. Queremos pensar lo nuevo, lo distinto, lo que no se espera. Queremos romper la cadena de montaje simbólica que nos acostumbra a consumir sin cuestionar.

Porque la cultura, cuando es verdadera, no es espejo: es martillo. No sirve para reflejar el mundo, sino para transformarlo. Y eso solo se logra con coraje, con sensibilidad y, sobre todo, con creatividad.

La creatividad que no obedece. La que no se repite. La que no se vende.

La creatividad que, en tiempos de copia, se atreve a reaccionar.

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