Jul 23
Actualidad
por
La Reacción

EDUCACIÓN EN CRISIS: ¿QUÉ FUTURO ESTAMOS FORMANDO?

La educación siempre fue una promesa. La promesa de movilidad, de igualdad, de futuro. Pero hoy, más que una promesa, parece una deuda. Las aulas están llenas de ausencias. De recursos que faltan, de docentes agotados, de contenidos vaciados. La crisis no es nueva, pero se volvió estructural.

En Argentina —como en muchas partes del mundo— el sistema educativo sobrevive más que funciona. Resiste, pero no transforma. Sostiene, pero no impulsa. Y mientras tanto, crece la distancia entre lo que se enseña y lo que se necesita aprender. Entre lo que se repite y lo que se debería pensar.

¿Qué escuela estamos construyendo? ¿Qué tipo de ciudadanía forma una educación que no alcanza, no escucha, no innova? Desde La Reacción, no buscamos culpables fáciles ni soluciones mágicas. Queremos abrir la discusión. Porque educar no es solo enseñar: es formar criterio. Y para eso, primero hay que reaccionar.

La escuela como espejo de la desigualdad: cuando el aula no iguala

La educación fue pensada —al menos en el discurso— como el gran igualador social. El espacio donde todas las infancias podían tener acceso a lo mismo, sin importar su origen. Pero en la práctica, la escuela reproduce muchas de las desigualdades que dice combatir.

No es lo mismo aprender con hambre que con panza llena. No es lo mismo estudiar con internet que sin conectividad. No es lo mismo tener una docente para veinte estudiantes que para cincuenta. La brecha digital, la fragmentación territorial, la precarización docente y la falta de infraestructura convirtieron la experiencia educativa en un mapa de privilegios.

En barrios populares, muchas escuelas se sostienen gracias al esfuerzo heroico de sus comunidades. No porque el Estado garantice lo necesario, sino porque la ausencia estatal es compensada por la red de contención social. Pero esa lógica de “poner el cuerpo” tiene un límite: el cuerpo se cansa. Y cuando eso pasa, el sistema cae.

Al mismo tiempo, los contenidos suelen estar desfasados de la realidad. Se enseña con manuales viejos, con métodos que no dialogan con el presente, con rutinas que aburren más que inspiran. Y eso genera desconexión, desinterés, deserción. La educación, en lugar de ser un puente, se convierte en una traba.

Desde La Reacción, no creemos que la escuela deba “preparar para el mercado”. Creemos que debe formar pensamiento. Que debe ser espacio de encuentro, de sentido, de duda. Y para eso, no alcanza con repetir fórmulas. Hay que revisar el fondo. Hay que incomodarse. Hay que reaccionar.

Docentes en crisis: entre la vocación, el cansancio y la invisibilidad

Si la educación está en crisis, es porque quienes la sostienen también lo están. El trabajo docente —ese rol central y maltratado— se ha precarizado al punto del agotamiento. Bajos salarios, sobrecarga laboral, falta de reconocimiento social y ausencia de formación continua son parte de un combo que erosiona su capacidad de enseñar, pero sobre todo de sostener.

Ser docente hoy es estar expuesto a múltiples frentes: padres exigentes, directivos desbordados, instituciones desfinanciadas y un estudiantado que llega con necesidades que la escuela sola no puede atender. Se espera que enseñen, contengan, medien, diagnostiquen, entretengan y —sobre todo— que lo hagan con “pasión”.

Pero el problema no es la falta de vocación. Es el exceso de exigencia sin respaldo. Es que el sistema espera heroísmo en vez de condiciones dignas. Y en ese contexto, la autoridad pedagógica se resiente. No porque falte respeto, sino porque falta estructura. Porque no se puede sostener una institución democrática desde la debilidad.

Además, hay una desvalorización simbólica del rol docente. En la narrativa pública, se los acusa de ser “resistentes al cambio”, “acomodados”, “ideologizados”. Pero pocas veces se reconoce que sin ellos, el sistema colapsa. Que siguen estando ahí, incluso cuando todo indica que deberían irse.

Desde La Reacción, creemos que defender la educación es, ante todo, defender a quienes la hacen posible. Y eso implica dejar de pedirles todo y empezar a escuchar lo que necesitan. Porque no hay transformación sin quienes enseñan. Y no hay enseñanza sin cuidado. Y sin cuidado, no hay futuro. Solo repetición. Solo abandono. Solo silencio.

Y ante ese silencio, urge reaccionar.

Otra escuela es posible: ensayos de futuro en el presente

A pesar del colapso estructural, hay experiencias que resisten y reinventan. Escuelas que se piensan como espacios de comunidad, no como fábricas de contenidos. Proyectos pedagógicos que parten de la realidad del estudiante, no de programas desconectados. Docentes que, aún sin recursos, eligen experimentar nuevas formas de enseñar.

En algunos territorios, la educación popular ofrece un modelo distinto: horizontal, participativo, centrado en el saber colectivo. Inspirada en Paulo Freire, propone que educar es dialogar. Que no se trata de llenar cabezas, sino de abrirlas. Que el aula puede ser un espacio político en el mejor sentido: el de pensar juntos el mundo.

También hay escuelas que integran el arte, el juego, la tecnología de manera crítica. Que no separan lo emocional de lo cognitivo. Que entienden que aprender no es memorizar, sino habitar un proceso. Que no castigan el error, sino que lo incorporan como parte del camino.

Desde las comunidades indígenas hasta los centros urbanos más precarizados, hay propuestas que desobedecen el guion oficial. Que escriben otras pedagogías con lo que tienen. Que sostienen la educación como un derecho, pero también como una práctica de emancipación.

Estas experiencias no son “modelo”. Son ensayo. Son prueba. Son preguntas hechas práctica. Pero justamente por eso, son imprescindibles. Porque si no imaginamos otra escuela, seguiremos repitiendo esta. Y si la educación no se transforma, el futuro tampoco.

Desde La Reacción, creemos que hay que mirar esas experiencias. No para copiarlas, sino para dejar de decir que “no se puede”. Porque sí se puede. Ya se está haciendo. Y si no las visibilizamos, si no las defendemos, si no las amplificamos… el sistema las va a ignorar. Y no podemos permitirlo.

Porque en cada una de ellas, hay una chispa.

Y toda chispa, si encuentra aire, reacciona.

Educar no es repetir: es despertar

La educación no debería ser una maquinaria de contenidos, sino una incubadora de criterio. No debería formar empleados dóciles, sino ciudadanos críticos. No debería enseñar a obedecer, sino a pensar. Pero para que eso suceda, hace falta mucho más que parches. Hace falta una transformación radical.

Y esa transformación no empieza con un decreto ni con un nuevo programa. Empieza con una pregunta: ¿para qué educamos? Si la respuesta es “para formar seres pensantes, libres, capaces de imaginar otro mundo”, entonces hay que cambiar casi todo. Porque hoy, el sistema forma para encajar, no para crear. Para repetir, no para preguntar. Para aceptar, no para reaccionar.

Desde La Reacción, no vamos a defender una escuela que repite fórmulas del pasado. Vamos a apostar por una que piense el presente y ensaye el futuro. Una escuela que escuche. Que abrace. Que incomode. Que no le tema al conflicto ni a la diferencia. Que sepa que enseñar es un acto político. Y aprender, una forma de rebelión.

Porque el aula no puede seguir siendo un depósito de cuerpos cansados. Tiene que volver a ser un espacio de deseo, de construcción, de posibilidad. Y eso solo se logra si dejamos de naturalizar lo inaceptable. Si dejamos de esperar reformas y empezamos a hacerlas. Desde abajo. Desde adentro. Desde el ahora.

Porque si educar es repetir, no sirve. Pero si educar es despertar, entonces todavía tenemos futuro.

Y ese futuro empieza con una reacción.

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