May 20
Análisis
por
La Reacción

LA POLÍTICA DEL MIEDO: CUANDO LA EMOCIÓN SUPLANTA AL DEBATE

La política debería ser el arte de discutir el rumbo común. De deliberar colectivamente sobre qué hacer con lo que nos pasa. Pero en muchas democracias actuales, ese arte fue reemplazado por otra lógica: la del miedo. Ya no se apela al pensamiento, sino al sobresalto. No se convoca al debate, sino a la supervivencia. No se gana por propuestas, sino por alarma.

El miedo opera como un organizador invisible del sentido. Lo vemos en campañas que prometen “seguridad”, en titulares que anuncian catástrofes diarias, en discursos que siempre nombran al otro como amenaza. Y cuando ese miedo se instala, se vuelve difícil pensar. Porque la emoción ocupa el lugar del análisis. Y ahí, el criterio se disuelve.

Desde La Reacción, creemos que el miedo no es un sentimiento individual: es una herramienta política. Que se administra, se dirige, se sobreactúa. Y que entender cómo funciona es el primer paso para no dejarnos arrastrar. Porque si el miedo lo tapa todo, entonces toda palabra que piense distinto se vuelve una reacción.

Del Leviatán al noticiero: una historia política del miedo

El miedo no es nuevo en la política. Thomas Hobbes lo decía en el siglo XVII: el Estado nace para protegernos del miedo a los otros. Ese “hombre lobo del hombre” justifica un poder centralizado que mantenga el orden. El miedo, en esa lógica, no es un accidente: es el origen del pacto.

A lo largo del tiempo, distintas formas de gobierno —autoritarias y democráticas— utilizaron el miedo para organizar obediencia. El terror al comunismo en la Guerra Fría. El pánico a la inseguridad en los noventa. El miedo a los inmigrantes hoy en Europa. El temor al default, al dólar, al caos. La emoción cambia de objeto, pero no de función: desactivar el pensamiento, generar dependencia, justificar medidas.

En América Latina, esa estrategia se volvió especialmente eficaz en contextos de crisis. Los discursos que prometen “orden” ante el caos, “mano dura” ante el delito, “estabilidad” ante la incertidumbre, no apelan a argumentos: apelan a sensaciones. Y esas sensaciones son profundamente rentables. Electoralmente, pero también simbólicamente. Porque cuando se instala el miedo, se vuelve sospechoso todo lo que no propone castigo.

Hoy, en la era de las redes y la infoesfera, ese miedo se propaga con velocidad inédita. Se editorializa sin firmantes. Se viraliza con hashtags. Se respira en titulares y en memes. El miedo se volvió una infraestructura cultural. Y eso exige una reacción lúcida.

Desde La Reacción, no buscamos negar el miedo. Buscamos desactivarlo como única brújula. Porque gobernar con miedo no es proteger: es domesticar. Y si la política se vuelve amenaza, entonces pensar distinto es un gesto de coraje. Y también, una reacción.

Medios del miedo: cuando la alarma es la norma

“Último momento”, “urgente”, “terror”, “ola de crímenes”, “crece la violencia”. La televisión ya no informa: alerta. Las redes ya no comunican: estallan. Y los noticieros no construyen agenda: siembran pánico. En ese ecosistema, el miedo no es una consecuencia: es una estrategia editorial.

Los medios de comunicación entendieron que el miedo retiene audiencia. Que una sociedad asustada consume más, confía menos y se vuelve más previsible. Por eso eligen qué mostrar y qué esconder. Por eso editorializan el delito, pero no la desigualdad. Por eso construyen enemigos: jóvenes de gorra, piqueteros, extranjeros. Porque todo miedo necesita un rostro.

La cultura digital refuerza este fenómeno. Los algoritmos privilegian el contenido que genera reacciones rápidas: indignación, escándalo, odio. Y el miedo, como emoción primaria, es el atajo perfecto. No necesita contexto. No requiere explicación. Basta una imagen borrosa, una frase impactante, un video recortado. Y la paranoia hace el resto.

Lo más peligroso no es que tengamos miedo. Es que lo naturalicemos. Que aceptemos vivir sobresaltados. Que asumamos que la política es guerra, que el otro es amenaza, que la sociedad es un campo minado. Ese clima permanente de alerta produce ciudadanía defensiva, no activa. Votantes reactivos, no críticos.

Desde La Reacción, escribimos para salir del loop emocional. Para recuperar la pausa. El matiz. El dato. El criterio. Porque mientras nos bombardean con miedo, lo verdaderamente peligroso es dejar de pensar. Y ante eso, no queda otra que reaccionar.

Más allá del miedo: comunidad, organización y pensamiento como antídotos

El miedo aísla. Encierra. Individualiza. Nos convence de que estamos solos, de que nadie nos va a cuidar, de que la única salida es protegernos del otro. Pero esa lógica —eficaz para el control— se rompe cada vez que aparece la comunidad. La organización. El nosotros.

En barrios que los medios llaman “peligrosos”, nacen redes de cuidado. En territorios saturados de policías, florecen centros culturales. Donde hay represión, aparece el abrazo colectivo. Donde hay estigmatización, se levanta la palabra compartida. Contra la narrativa del “sálvese quien pueda”, estos espacios demuestran que hay otra forma de vivir: no con miedo, sino con memoria, con encuentro, con dignidad.

También en el campo de las ideas hay resistencia. Intelectuales, periodistas, artistas, docentes, militantes que no aceptan la lógica del pánico. Que no repiten slogans. Que se animan a decir lo que no garpa en redes. Que rehúyen el efecto y apuestan al sentido. Que no niegan el conflicto, pero tampoco lo sobreactúan. Que proponen otras emociones: esperanza, ternura, enojo lúcido.

Esa resistencia no tiene rating. No se viraliza fácil. Pero existe. Y sostiene. Y salva. Porque cada vez que alguien se atreve a pensar en medio del miedo, está haciendo política de verdad. Está ensayando otra forma de estar en el mundo. Está diciendo: no me someto a esta emoción impuesta.

Desde La Reacción, creemos que esa forma de vivir —menos reaccionaria, más reactiva en el sentido crítico— es indispensable. Que ante el miedo, la respuesta no puede ser la anestesia, sino el pensamiento. Y que cada acto de comunidad, cada gesto de lucidez, cada frase que interrumpe el terror planificado… es una reacción.

No al miedo: política para pensar, no para temer

El miedo funciona. Ordena. Disciplinar por el susto es más rápido que convencer con ideas. Pero ese orden tiene un precio: el abandono del pensamiento, el retiro del deseo, la clausura del futuro.

Si dejamos que la política se reduzca a administrar miedos, estamos cediendo el espacio donde deberíamos imaginar. Porque gobernar no debería ser evitar el desastre, sino construir algo mejor. Y eso no se logra con promesas de castigo, sino con apuestas de sentido.

La emoción no es enemiga de la política. Pero cuando se la manipula, cuando se la sobreactúa, cuando se la convierte en único canal, se transforma en anestesia. Y un pueblo anestesiado es más fácil de manejar. Más difícil de movilizar. Más lejos de su potencia.

Desde La Reacción, elegimos otra postura. No la del cinismo, ni la del negacionismo, ni la del sensacionalismo. Elegimos pensar. Incluso cuando da miedo. Incluso cuando es incómodo. Porque la única forma de desarmar el terror como herramienta política es reapropiarse del criterio.

Y eso empieza con una palabra. Una palabra que no se grita, que no se impone, que no se vende. Una palabra que piensa. Una palabra que reacciona.

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