Jun 4
Actualidad
por
La Reacción

VIOLENCIA INVISIBLE: CUANDO EL SISTEMA AGREDE EN SILENCIO

Hay violencias que gritan y otras que susurran. Que no explotan, pero desgastan. Que no aparecen en los titulares, pero modelan nuestras vidas. Son las violencias invisibles: las del sistema, las del orden establecido, las que no parecen violencia porque están naturalizadas.

Cuando un niño tiene hambre y nadie lo nombra, hay violencia. Cuando una mujer trabaja el doble y cobra la mitad, hay violencia. Cuando el acceso a la salud depende del barrio donde vivís, hay violencia. No son hechos aislados: son estructuras. Y las estructuras, cuando lastiman, también son agresión.

Esta forma de violencia no necesita golpes. Le alcanza con la inercia. Con la indiferencia. Con la repetición. Porque lo que no se ve, no se denuncia. Y lo que no se denuncia, se perpetúa. Desde La Reacción, creemos que visibilizar también es resistir. Porque para transformar algo, primero hay que nombrarlo. Y después, reaccionar.

El orden que duele: violencias que no parecen, pero son

La violencia estructural no aparece en forma de escándalo. No genera indignación inmediata ni trending topics. Pero está. Es la brecha salarial que nunca se achica. Es la espera infinita en una sala de guardia. Es la escuela que no tiene calefacción. Es la pensión que no alcanza. Es el barrio que no tiene agua.

Esta forma de violencia no la ejerce una persona: la ejecuta un sistema. Es el resultado de políticas públicas ausentes, de decisiones económicas ciegas, de jerarquías que se reproducen sin necesidad de justificación. Nadie da la orden directa, pero todos saben cómo funciona.

En el ámbito laboral, por ejemplo, la precarización es violencia. Porque obliga a aceptar lo inaceptable. Porque castiga la estabilidad. Porque convierte la necesidad en mercancía. En salud, la falta de acceso es violencia. Porque posterga el cuidado hasta que ya es tarde. Porque discrimina por geografía, por clase, por cuerpo.

La vivienda también se convierte en una forma de agresión cuando se vive hacinado, sin servicios, con miedo al desalojo. Y en la justicia, la dilación sistemática de causas, la falta de perspectiva de género o el racismo estructural son formas sutiles —pero letales— de ejercer poder desde la omisión.

Estas violencias no tienen rostro, pero tienen impacto. Y lo más grave es que se naturalizan. Se explican con frases como “es lo que hay” o “siempre fue así”. Desde La Reacción, decimos lo contrario: no es lo que hay, es lo que se impone. Y no siempre fue así: lo hicieron así. Y si lo hicieron, también se puede deshacer. Pero para eso, primero hay que reaccionar.

Nombrar es poder: el discurso que maquilla la agresión

Una de las armas más eficaces de la violencia estructural es su capacidad para pasar desapercibida. No porque no duela, sino porque se disfraza de normalidad. Y ese disfraz se construye con lenguaje: eufemismos, tecnicismos, frases vacías que disuelven la responsabilidad en abstracciones.

Cuando se habla de “ajuste”, no se menciona que se está recortando salud o educación. Cuando se dice “mercado laboral flexible”, se oculta la precariedad. Cuando se habla de “desigualdad estructural”, se olvida que esa estructura tiene responsables concretos. Y cuando se repite que “el sistema no da abasto”, se deja fuera la posibilidad de que el sistema esté diseñado para no dar abasto.

Los medios de comunicación tienen un rol clave en esta invisibilización. No por lo que dicen, sino por lo que eligen no decir. Lo estructural se vuelve paisaje. Lo cotidiano se vuelve invisible. La violencia se vuelve estadística. Y en ese proceso, el dolor pierde nombre.

También en las instituciones esta lógica está presente. La burocracia reemplaza la escucha. El protocolo reemplaza el criterio. La norma reemplaza la urgencia. Y así, la agresión se ejecuta sin que nadie se sienta responsable. Porque cuando la violencia es parte del procedimiento, deja de parecer violencia.

Desde La Reacción, creemos que nombrar es empezar a desarmar. Que decir “esto es violencia” cuando nadie lo dice es un acto político. Que visibilizar no es solo mostrar, sino interrumpir. Y que el primer paso para transformar lo que duele es señalar lo que se pretende neutral.

Porque el lenguaje también es un campo de batalla. Y para ganarlo, hay que reaccionar.

Lo que el sistema calla, el barrio grita: resistencias desde abajo

Frente a la violencia estructural, las respuestas institucionales suelen llegar tarde —o no llegar. Pero en los márgenes, donde el Estado no ve o no quiere ver, emergen formas de organización que sostienen, resisten y transforman. No desde el poder, sino desde la urgencia. No con recursos, sino con convicción.

En muchos barrios, son las ollas populares las que garantizan comida. Son las redes vecinales las que alertan ante situaciones de violencia de género. Son las radios comunitarias las que informan cuando los medios callan. Son los comedores, las cooperativas, los centros culturales, los espacios autogestivos los que nombran lo que duele y hacen algo al respecto.

Estas formas de organización no tienen estructura formal, pero tienen un saber: saben dónde aprieta. Saben cómo acompañar. Saben qué falta. Y sobre todo, saben que nadie viene a salvarlas. Que el único plan realista es cuidarse entre todes.

También desde el arte, la educación popular, la comunicación alternativa, se construyen herramientas para visibilizar lo invisible. Un mural en una pared olvidada. Un taller en una plaza. Una campaña en redes que desobedece al algoritmo. Todo gesto cuenta cuando lo que está en juego es que la violencia no pase por “natural”.

Desde La Reacción, no idealizamos estas experiencias. Sabemos que surgen del abandono, del vacío. Pero también sabemos que son el mejor antídoto contra la inercia. Porque cuando el sistema agrede en silencio, lo colectivo grita. No para victimizarse, sino para señalar. Para exigir. Para defender la vida con dignidad.

Y en ese grito, hay algo más que dolor: hay una decisión. La decisión de reaccionar.

Sentir lo que duele: la sensibilidad como insurrección

La violencia invisible no se combate solo con leyes ni con estadísticas. Se combate con sensibilidad. Con la capacidad de no acostumbrarse. De no naturalizar lo que se repite. De no pasar por alto lo que no tiene ruido, pero sí impacto. Y esa sensibilidad, lejos de ser debilidad, es una forma de resistencia.

Porque sentir no es solo empatía: es conciencia. Es registrar que lo que no nos afecta directamente también nos constituye. Que el dolor ajeno no es ajeno. Que lo que hoy nos parece lejano mañana puede tocarnos. Y que frente a eso, el cinismo es una renuncia.

La reacción ante la violencia estructural no se construye con discursos vacíos. Se construye con atención. Con escucha. Con interrupción. Con pequeños gestos que desobedecen la lógica del “no te metas”. Con prácticas que dicen: esto también importa. Esto también es violencia. Esto también tiene que cambiar.

Desde La Reacción, queremos insistir en lo que no se ve. En lo que no da clicks. En lo que se oculta tras los eufemismos. Porque si no reaccionamos ante lo invisible, terminamos aceptando lo intolerable. Y cuando eso pasa, el sistema gana.

Pero mientras haya quienes sientan, quienes nombren, quienes se organicen… la violencia invisible deja de serlo.

Y entonces, empieza a perder.

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